Hace tres años, cuando ocurrió la tragedia
cuya víctima fue Fernando Báez Sosa, escribí estas reflexiones que me ayudan y
tal vez ayuden a pensar y por tanto habitar el mundo en que vivimos.
VIOLENCIA
IMPUNIDAD MUERTE
La conmoción que
provocó el acontecimiento, la tragedia en Villa Gesell, nos dice, que
desconocemos aún mucho del humano y su vida en sociedad.
La pregunta que
podemos hacernos en éste caso en que nos enfrentamos a una acción insensata y
brutal, no es la de entender y explicar qué pasó según nuestro conocimiento,
sino, cuál sería el acto que lleve a un corte, a un “nunca más”. A que no se
propicie el espacio para que sea posible. La conmoción social también nos dice
que como sociedad, si hay Estado que recoja el guante, es posible que algo
cambie. Por supuesto que la violencia es inherente al humano, pero también lo
es la búsqueda de lo civilizatorio. Como sucedió con el soldado Carrasco o
María Soledad Morales u otros casos de trata de personas, o los 30000
desaparecidos.
Como nos enseñó
Freud en Totem y Tabú, una vez muerto el padre que poseía la suma de los goces,
para evitar la fratría, tenía que haber lo intocable, lo prohibido: matar, el
incesto. Esto da comienzo a una posible vida en sociedad. Luego vienen las
leyes y las instituciones que las sostienen. El goce absoluto queda perdido. La
posible vida en sociedad se asienta en una pérdida.
Tomo por aquí
porque no creo que sea posible interpretar éste hecho como equivalente a un
rito de pasaje de adolescente a “hacerse hombre” como puede ocurrir entre los
13 o 14 años, en primer término porque la mayoría de los que participaron ronda
los 20 años; tampoco está dentro de los emblemas masculinos el pegar a alguien
que ya está reducido; parece que el horizonte era otro. Así como en algunos
sitios acentuaban el horizonte de Fernando respecto al deseo de ser abogado,
circulaba un mensaje de uno de los victimarios antes de ir a VG que decía que
irían a romper lo que no habían logrado el año anterior. Horizontes.
Del lado de las
instituciones hay agujeros respecto a lo que deberían proteger. Del lado del
sujeto me interesa pensarlo como la búsqueda de impunidad, como búsqueda de un
goce absoluto, sin pérdida.
En una novela de Y.
Mishima: El marino que perdió la gracia
del mar, como sucede con la literatura,
se pueden leer, algunas respuestas a las preguntas que nos hacemos. Se
trata de una pandilla, acá sí de preadolescentes de 13 años, cuyo líder tiene
su delirio que remite a un goce absoluto: los genitales eran para copular con
la vía láctea. Lo que lo hacía poderoso frente a los otros niños que
desbordaban de curiosidad acerca del sexo.
Un rasgo propio de
la pubertad que refiere a la omnipotencia es la apatía. Dice Blanchot al respecto: Es el espíritu de negación aplicado al hombre que ha elegido ser
soberano. Es oponerse a la espontaneidad de cualquier pasión, Dice Sade:…el
alma pasa a una especie de apatía que se metamorfosea en placeres mil veces más
divinos que los que le procuraban las debilidades
Se hacen insensibles y por lo tanto crueles.
Me refiero a éste
texto cuyos personajes son preadolescentes porque coinciden con lo que creo
podía ser la búsqueda en ambos grupos que es la impunidad. En éste caso del
relato de Mishima, el jefe dice que deben apresurarse a realizar el asesinato
pues tienen 13 años y a los 14 en Japón ya son punibles. Es decir, son pre
adolescentes, que no realizan un rito de pasaje a la adultez sino a la
impunidad.
Para el jefe de la
novela de Mishima, matar era equivalente a romper las cadenas interminables de
los odiosos tabúes sociales, logrando así un poder real sobre su existencia.
Este es el precio que no pueden pagar, que no hay poder absoluto sobre la
existencia. Cuando como resultado de un rito iniciático previo al asesinato,
matan a un gatito, Mishima escribe: La
muerte había transformado al pequeño animal en un mundo perfecto, autónomo. Lo
maté con mis propias manos, puedo hacer cualquier cosa por terrible que sea.
Cuando no es la
ética del deseo la que comanda la vida, lo que implica una pérdida, cuando se
cree que es Yo quien debe
comandarla, para no alienarse al deseo del Otro, el elogio al goce absoluto es
inevitable, y la muerte la consecuencia más verdadera.
ADELFA JOZAMI
No hay comentarios.:
Publicar un comentario