lunes, 25 de septiembre de 2017

¿Como leer los nuevos síntomas que manifiesta la sexualidad actual?

Una vez que el cuerpo y sus goces encuentra su anudamiento a la ley, al desarrollo tecnológico científico (operaciones de reasignación de sexo, hormonación, cambio en los documentos de identidad, matrimonio igualitario…) surgen nuevos síntomas en la sociedad. No ya síntomas “individuales” sino sociales. Se manifiesta a través de ellos lo que Freud llamó el “malestar de la cultura”.

Un Psicoanalista, un Psicólogo, un Sociólogo, no están a la vanguardia con sus teorías acerca de las diversidades sexuales, por ejemplo. Leen, mal o bien, estos síntomas. ¿Con qué conceptos se leen?.

Como sabemos, en psicoanálisis un síntoma es lo que nos permite leer algo que hasta el momento estaba “fuera” de discurso. No es como en medicina lo que hay que erradicar, es lo que hay que leer. Se trata de un anudamiento que liga lo imposible. Para que se produzca éste nuevo anudamiento algo fue desanudado, probablemente, entre otras, la trama que la moral religiosa proporcionaba como sostén.

Se vió que ser hombre/ ser mujer no es natural, ni siquiera necesario. Pero ¿será arbitrario?

Respecto a la pregunta. Con qué leemos estos síntomas, pienso que es fundamental advertir con qué concepción de sujeto trabajamos. El sujeto lacaniano, dividido irremediablemente de lo que lo causa, despliega su sexuación muy lejos de la lógica animal, orientada por el instinto, pero también lejos de la lógica de género, que agrupa por semejanzas y no como éste sujeto que se organiza en función de la diferencia.

La sexualidad en el sujeto lacaniano, afectado por el significante, como nos indicaba ya Freud, se constituye en dos tiempos, lo que la topología del sujeto introducida por Lacan, nos facilita ubicar. Segunda vuelta en la construcción del sujeto, borde del objeto causa de deseo.

Comparto algunos fragmentos de un capítulo de mi último libro “Pubertadolescencia”, que pone en juego algunos de los conceptos con los cuales podemos leer estos síntomas de época.

Identidad, identificación 

Hablar de identidad es negar que el sujeto se constituye en un mal lugar, como dice Lacan; un lugar, al menos, ajeno. 

La Identidad es el nombre que la psicología toma del Ser. Elude la división del sujeto. Freud plantea tres modos de identificación1,

1. Al padre muerto. In corporación de lo simbólico que ahueca al cuerpo haciéndolo sensible al decir. Previo a toda elección de objeto.

2. Al rasgo unario. Lo unario del rasgo es la marca de la diferencia con «lo otro». A diferencia de la lógica que propone el género, donde se reúnen por rasgos iguales, por ejemplo: los mamíferos no son los vertebrados que tienen mamas, sino que lo son porque hay vertebrados que no las tienen. El rasgo implica a la falta.

3. La identificación al deseo de otro. Lacan ubica al significante como corte en Banda de Moebius, entre el sujeto y el Otro, siendo el sujeto mismo el corte y a su vez borde del objeto, resto de esta operación, causa de deseo; por lo que constituye la identificación en la que el sujeto se constituye como deseo. Cuando hay sujeto hay deseo.

Hablamos de identificación, no de identidad 

Estando el sujeto marcado por el significante, a ya no es a. Esta identidad es imposible para el sujeto hablante. La división que el sujeto sufre porque habla, la subsana mediante una operación que llamamos fantasma, donde opera sobre lo real mediante lo imaginario y lo simbólico. Con esto construye una especie de ser que le permite pensar que tiene una vida con sentido, que tiene un mundo. Si bien esto hace la vida habitable, es engañoso, alienante. Los instantes de libertad, de existencia, creatividad, para el sujeto, están en sus equívocos, cuando se sale del libreto. 

Como no se puede estar errando todo el tiempo, el sujeto se engaña con una supuesta identidad, sexual. 

Las innumerables nominaciones que se están proponiendo como identidades, no nos hacen más libres en términos subjetivos. Tal vez el horizonte, último borde identitario, sea el nombre propio, el que queda en la lápida. 

La investigadora Ana María Fernández plantea en un artículo publicado por el diario Página/12 que el orden anterior de los cuerpos y del sexo proponía una dominación del hombre, no sólo sobre la mujer hetero, sino sobre otras diversidades, por no estar reconocidas en ese orden. 

Si lo que está en juego es la ruptura con los paradigmas de la dominación, que se extiende en las organizaciones sociales a la familia o la pareja sexual, debemos preguntarnos si la diferencia en los sexos implica de por sí una dominación. 

En principio diría: hay dos sexos: Uno y otro. Que haya dos no supone dominación vertical, ni igualdad horizontal. Justamente, para que haya dos, uno tiene que portar la marca de la diferencia. Si tenemos, por ejemplo, a dos gemelos, y uno de ellos lleva un lunar, es con eso que se los diferencia. Lo cual no lo vuelve dominante. 

El dos no es el UNO, es el tercer número de la serie numérica (0, 1, 2) con el que se inicia la serie, lo múltiple. El mundo simbólico que habitamos se construye por los opuestos, sabemos lo que es claro porque hay lo oscuro.

A esos dos la lengua los llama, tal vez imitando a la biología, hombre y mujer, o a la inversa. Hay dos con sus variaciones de goce que hoy se intenta identificar. En ese camino de hacerse igual a su goce consigue una identidad, gozo de esto por tanto soy…, allí el sujeto queda atrapado en un soy.

Florencia de la V. quién fue construyendo su identidad sexual en gran medida en las pantallas, dijo, respondiendo a la pregunta por quién era: «soy un hombre con un goce particular». ¿Qué la hizo pasar luego a presentarse como una madre amorosa? ¿Es más libre en una posición que en otra, en un ser que en otro? 

En un tiempo, la primacía del significante hacía que las identificaciones a prototipos de época llevaran a ir construyendo una supuesta identidad a la que se intentaba acomodar un goce, que incluso podía quedar oculto. En estos tiempos, la primacía del goce fuerza una identidad en la que el sujeto se hace igual a su goce. La ruptura de los paradigmas desorienta al sujeto que hoy busca, en estas múltiples identidades, un orden. 

Lo que empuja al sujeto es el deseo, que como corte del campo del Otro conlleva pérdida de goce. No parece ser por el lado del goce que seremos más libres. Por otra parte, aunque parezca paradójico, ese goce que queda como resto, como plus, es lo que se escapa a las nominaciones posibles. 

No se puede pedir autorización para gozar, el goce siempre implica a la transgresión. 

Buscar en el goce el núcleo de la identidad, verse impulsado a recibir del Otro el nombre de su goce, es intentar encontrarle su lógica. El goce escapa a toda lógica, es innombrable. 

Primera vuelta: Edipo 
Segunda vuelta: pubertad- elección sexual 

La entrada en la etapa fálica, es decir, cuando la falta de objeto que otorgue satisfacción delinea un borde que hace al circuito pulsional donde se satisface, pasa a ordenarse en términos fálicos: tener-no tener. 

En esta primera vuelta se resignifica la falta en términos simbólicos. La construcción que a partir de ese tiempo va realizando, tramando de un modo singular RSI, se ve conmovida en la pubertad, lo que impulsa la segunda vuelta.

Que comience la trama subjetiva a partir del Edipo no excluye lo que ha ocurrido en el tiempo anterior; que ocurra una primera vuelta implica que las marcas, que por sí mismas no tienen la posibilidad de repetirse, en este tiempo se hacen significantes, vía función paterna, en su operación metafórica. 

El objeto se dialectiza en términos edípicos. 

La prohibición del incesto, que toma su lugar para el sujeto en el Edipo (previamente recaía sobre la madre en términos de «no reintegrarás tu producto»), se inscribe como tal en la pubertad, en donde despliega su eficacia. El objeto prohibido (la madre en ambos casos) promotor del deseo, comienza sus desplazamientos que no son erráticos. 

La inscripción que se produce en la segunda vuelta es el corte por el desprendimiento del objeto, corte entre sujeto y objeto; de ese corte y de ese desprendimiento, queda una marca. 

Así es como algunos rasgos del objeto se vuelven luego atractivos; en la pubertad, el objeto-causa, ahora el partenaire, de algún sexo, que porta la marca del desprendimiento. Es un rasgo propio de las repeticiones de su constitución como sujeto. 

Como la pubertad fue un tema muy trabajado por la psicología y la sociología, se desacreditó durante un tiempo la posibilidad de que pudiera tener una eficacia en la estructura. 

Esta segunda vuelta tiene su incidencia sobre la estructura 

Dijo Freud en Análisis profano2:

Esta constitución en dos tiempos de la sexualidad tiene gran relación con la génesis de las enfermedades nerviosas y parece privativa del hombre, siendo quizás uno de los determinantes del privilegio humano de enfermar de neurosis. 

En un pie de página del texto «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina», plantea que, generalmente, la raíz de las neurosis se encuentra en la temprana edad, 

… mientras que, en nuestro caso de una muchacha nada neurótica, se desarrollan en los primeros años siguientes a la pubertad, aunque también por completo inconscientemente. ¿Habremos de esperar que esta época, demuestre también algún día una decisiva importancia?3

Estos fragmentos acentúan el lugar de la pubertad como segundo momento estructurante de la sexualidad, y por ende de la neurosis, de un sujeto. Rompe la idea de evolución o de progreso hacia… y nos invita a pensar cómo en esta segunda vuelta se constituye el objeto como causa de deseo. 

La inadecuación entre el sujeto y el goce, entre una identificación como hombre o como mujer y el goce que lleva, es estructural e insoportable. 

En la pubertad es donde comienzan a darse las preguntas ¿qué nombre le pongo a todo esto que me está pasando? ¿En el cuerpo de qué nombre? ¿A nombre de qué cuerpo yo experimento este goce? Y con estas preguntas se conmueve toda la estructura fantasmática construida hasta entonces. 

En la pubertad, en la repetición del momento edípico, algo toma cuerpo. Es la repetición, en la neurosis, lo que da consistencia y determina un cuerpo.

1 . Freud, Sigmund. Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922), en Obras Completas, Vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2001.
2 Freud, Sigmund. «El análisis profano», en Obras Completas del Profesor Sigmund Freud, Tomo XII, México, Editorial Iztaccihuatl, 1953.
3 Freud, Sigmund. (1920) «Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina», en Obras Completas, Vol. XVIII, op. cit.