El humano sufre una pérdida en el origen de su existencia. Las vicisitudes que ocurren para arbitrar el modo de hacer con la falta, consecuencia de esa pérdida, hacen al centro del derrotero del sujeto. Esta pérdida, que se va reiterando a lo largo de la vida, hace que el sujeto, según sus recursos, vaya haciendo los “trabajos de duelo” pertinentes. Los modos de “resolución” son singulares, pero atravesados por los modos familiares, los de época, los culturales, ideológicos…Los distintos tipos de ritos funerarios, por ejemplo, manifiestan los modos de elaborar los duelos propios de cada cultura.
Los modelos
económicos también dan cuenta de cómo un grupo humano puede o no arreglárselas
con la falta primordial. En el capitalismo, en tanto no hay tiempo para que los
objetos hagan su ciclo y la modalidad es el consumo, no hay otra salida que la
acumulación: en el cuerpo, en las casas, en el garaje… A su vez, en la figura
de la acumulación se concentra el ideal. La pérdida queda afuera (¿forcluída?,
¿renegada?), literalmente afuera: todo lo que manifieste la falta queda fuera
del sistema. Sin embargo, en Japón, país capitalista, el ideal (representado
por una autora que enseña a despojarse con arte de los objetos) parece ser los espacios;
claro, es una isla, hay que hacer lugar…
El lugar que
le damos a la falta, como causa o destino trágico, se verifica en diferentes
culturas en el modo de hacer con sus muertos.
Los ritos
funerarios permiten al ser humano asumir la muerte e incluir al ser querido
fallecido en una cadena imposible entre la existencia y la inexistencia, y, a
su vez, ubica al que los realiza en una genealogía. Lo aprendimos en la
Tragedia a través de Antígona, hija, hermana, que entiende que hay una ley
superior a la de la ciudad (me refiero a Colona), que dice que los ritos
funerarios deben cumplirse.
Los ritos
funerarios permiten, a través de la marca que se hará significante, hacer el
trabajo de duelo, retejer con lazos libidinales la trama que dejó agujereada la
muerte del ser querido.
En estos
tiempos de pandemia, donde el aislamiento social es la única forma de prevenir
el Covid-19, de apoco vamos viendo los efectos que trae. Menos caricias, menos
abrazos y besos, más dolores: el cuerpo se manifiesta. También están los duelos
de quienes fallecieron poco antes y durante la pandemia. Como los lazos, los
duelos se vieron afectados al comienzo del aislamiento; los ritos que ordenan
la despedida de nuestros seres queridos se vieron afectados. No se los puede acompañar
en su lecho de muerte, deben permanecer aislados. Luego de un tiempo se
implementó que los familiares los despidan por video llamada y, si no tenía
covid, puede ser velado por no más de diez familiares…
Un
tanatólogo de Rosario, Félix Cantón, cuya práctica es el servicio fúnebre,
decía en una entrevista en un diario local: “Estoy triste, es frustrante para
aquellos que queremos que la gente transite su duelo, llore, pueda ser contenido
en su pena…”. Propone encontrar maneras de revisar los protocolos y acordar
otros modos de cercanía. “Pero bueno, nadie quiere hablar de la muerte o pensar
en ella…”, dice.
Lo que hay
que transitar, el modo de la despedida, el rito funerario, permite el trabajo
del duelo. Dejarlo afuera traerá consecuencias. Nos ha enseñado Lacan que lo
rechazado en lo simbólico retorna en lo real. Esto es, pesadillas,
alucinaciones… y duelos eternos.
ADELFA
JOZAMI